Finos hilos de sangre recorrían lentamente mi piel, con un ritmo lento y constante, como siguiendo el compás de una trágica pero bella balada. Seguían su camino y llegaban hasta mis dedos, goteaban hasta finalmente encontrarse con el suelo, en una habitación que se sentía tan vacía, que retumbaba
Mientras esperaba la conclusión de aquel momento, de aquella decisión, comencé a recordar varios instantes de mi vida. A diferencia de lo que se cree popularmente, mi vida no pasó rápidamente y en su totalidad a través de mis ojos en aquellos momentos finales, únicamente hicieron acto de presencia ciertos recuerdos y acontecimientos que me habían marcado, así como la imagen de esas personas cuya presencia en mi vida haya sido significativa.
Algo que también me resultó inusual es que a mi mente no llegaron recuerdos trágicos o malos a priori. En cambio, eran buenos, eran momentos de logros y éxitos, de cumplir metas y sueños… Justamente los momentos que me llevaron a este punto.
Suena incoherente; decir que instantes en los que -tras mucho esfuerzo- finalmente lograba lo que me proponía, fueron los que me orillaron a tomar esta drástica decisión es como que no hace mucho sentido. Y es que el punto real de este asunto es que en aquellos contados pasajes felices -o que deberían haber sido felices- que la vida ofrece, no había con quien compartirlos.
Se dice que uno de da cuenta de quienes son sus verdaderos amigos cuando dichos amigos están para ti en los momentos difíciles. Que se cuentan con los dedos de una mano… Me sobraban dedos. En las buenas y en las malas dicen.
Uno se acostumbra a estar solo en los momentos malos, a que te falte ese apoyo y esa contención por parte de las personas a quienes aprecias y para quien siempre estuviste. Por más triste, pesimista y conformista que suene, uno se acostumbra a eso. Nadie está, nadie estuvo, nadie estará.
espacioenblancopy.com 